Comparto con ustedes, un escrito con un enfoque filosófico profundo y está plasmado con gran fluidez, es de un Estudiante que me lo compartió y en él deja notar, la maravillosa percepción que logró tener de todo lo aprendido en el curso, así como su vivencia personal. Gracias Fernando Ramos, por dejarnos ver, a través de las siguientes líneas, tu espíritu y tu Pensamiento Crítico aplicado.

En la posible evolución del hombre, escrito por Ouspensky expone que la trascendencia del ser humano solo puede emerger mediante el despertar de su conciencia, no simplemente como un desarrollo cognitivo, sino como un quiebre profundo en la forma en que se habita la realidad. No obstante, incluso alcanzando esta lucidez, seguimos siendo humanos. Amamos, reímos, lloramos… y sentimos. Y es justamente el sentir lo que nos ancla a la condición humana, ese “sentir” que, aunque moldeado por la respuesta de una interacción y reacciones químicas, es vivido como poética interior.
Hemos llegado a comprender que lo que somos nuestra carne, nuestros órganos, nuestras glándulas, nuestros músculos no son partes separadas, sino expresiones simultáneas de una única totalidad. Cada órgano, cada célula, es una nota dentro de nosotros que llamamos “yo”. Sin embargo, ¿qué sucede cuando llevamos la conciencia a su umbral más interno? ¿Qué ocurre cuando descomponemos lo humano con tanta meticulosidad que la belleza se disuelve en análisis, y la experiencia se transforma en cálculo?
Ahora bien, pensemos con crudeza científica: si todo lo que hacemos amar, odiar, hablar, soñar es el resultado de reacciones neuronales condicionadas por estímulos del entorno y recuerdos almacenados, ¿no somos, entonces, meros emisores y receptores? ¿Dónde reside la autenticidad del yo si no en una compleja danza de causas externas e impulsos internos?
Thomas Hobbes un filosofo economista que influyó en la era moderna lo afirmaba con claridad: toda emoción o pensamiento no es más que el movimiento de partículas dentro del cuerpo, generado por estímulos externos. En su visión mecanicista, el alma no era más que una metáfora funcional del sistema nervioso. Del mismo modo, Spinoza, desde su racionalismo panteísta, sostenía que somos parte de la naturaleza, sujetos a sus leyes tanto como cualquier otro objeto: actuamos y somos afectados, sin excepción. De ser así, ¿en qué momento comienza el libre albedrío? ¿O es este también una ilusión bien construida por el lenguaje y la cultura?
Incluso nuestras más íntimas metáforas traicionan la realidad. Decimos “te quiero con todo el corazón” como si aquel órgano palpitante albergara ternura o deseo. No obstante, es el encéfalo, en su maraña de redes sinápticas, el que construye y procesa toda experiencia amorosa. El corazón, aunque noble en su función, es solo un espectador biomecánico del drama sentimental que se escenifica en el sistema límbico. Nos autoengañamos desde la infancia, no por ignorancia, sino porque el autoengaño poético nos hace la vida soportable.
Pero volvamos a la raíz del dilema. Supón por un instante a la persona que más amas. Imagina su rostro, su sonrisa, su calidez… Imagina que se encuentra recostada, plácida, permitiéndote abrir su cráneo para extraer su cerebro, sin dolor, sin miedo. En el instante en que lo haces, todo desaparece: el amor, la risa, la memoria, la persona. Lo que queda es materia inerte. Ya no hay más emociones, interés ni mucho menos gestos. Esa persona vivida ahora pasa a desconectarse de la realidad, pues le has removido lo que le brinda a aquella vitalidad. Te preguntarás, ¿A qué quieres llegar con esto? Bueno, a qué realmente lo que somos no es más que el condicionamiento de un entorno «estímulo, reacción y respuesta» a qué realmente no somos quien somos hasta que adquirimos esa conciencia y verdad de la realidad.
Ahora, ¿qué sucede con el Alma?, sin duda alguna un dilema muy interesante pues podría radicar entre lo real y lo falso. Tomando un aspecto general del Alma tenemos en cuenta que en términos generales, se refiere a la esencia inmaterial de un ser vivo, especialmente de un ser humano, que se considera la fuente de su individualidad y vida. Prácticamente lo que nos da nuestra esencia…
En este punto ya no solo radica en un conjunto de sistemas bien organizados y estímulos del entorno para dar una respuesta. Si no en lo que verdaderamente somos. Valores, ideales, pensamientos y sobre todo deseos.
Pienso que al explorar nuestro entorno con una mirada renovada, libre de prejuicios y automatismos, nos permite acceder a verdades que, aunque sutiles, transforman. Una de ellas es el autoconocimiento: ese viaje hacia adentro que nos conduce, no solo a disolver el ego, sino a vislumbrar la esencia que llamamos alma. Comprender esa dimensión inmaterial de nuestro ser nos da la posibilidad de forjar ideales auténticos, no impuestos, sino nacidos desde la conciencia despierta. Y al hacerlo, comenzamos a valorar con mayor claridad lo que realmente somos, quiénes somos y a quiénes amamos, desde una profundidad que trasciende la mera reacción emocional.
Fernando Ramos
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