
Comienzo este pequeño ensayo así: Mucha de la gente que me conoció antes, y que después de escuchar tantas cosas que se dicen por ahí de mi persona, me ven como un Bicho Raro o como un verdadero héroe. Lo cierto es que no soy, ni lo uno, ni lo otro; pero no deja de llamarme la atención las diversas reacciones de la gente ante lo que vivo ahora[1]. Hay los que se mofan de mi persona, los que con sinceridad apoyan (que debo decir que son pocos, realmente pocos), los que son indiferentes ante la situación actual de mi vida y los que ven qué provecho pueden sacar de lo que era y de lo que estoy siendo ahora. También existen aquellos a los que se les olvidó «de la noche a la mañana», lo que en un momento determinado hice por ellos y por su familia, tratándome de manera despectiva, como si con ello lograran hacerme sentir mal, porque (según ellos) ahora que he dejado de “ser lo que era”, para convertirme en “nada”, no merezco de su amistad o su saludo. Pero no se dan cuenta de que: no se le puede quitar al ser humano lo que le hace ser lo que es; por lo que fue y ahora ya no es. Es por esto, que he decidio escribir estas líneas, primero para decirles a todos, que sigo siendo yo, tal vez no soy más el hombre que era, eso es cierto; pero lo que me hace ser lo que Soy en realidad, lo que en filosofía se llama esencia, eso, no me lo puede quitar nadie, ni con todas las amenazas, mofas o negaciones absurdas del mundo. Lo que Soy, no es accidental a mí, es parte fundamental de mí y es lo que me hace ser lo que soy ahora.
Debido a esto, me he levantado esta mañana preguntándome, ¿sigo siendo un hombre de fe? Claro que sí, aún soy un hombre de fe; un hombre que ha entendido la fe, no como creer, sino de otra manera, por qué, porque aquí entra en juego lo accidental de mi vida. Me explico…
Soy un hombre de fe, porque sigo creyendo que todo ser humano está en este mundo para algo, cada uno de nosotros vino a este mundo por algo, para, como lo llegara a decir en su momento el Papa Juan XXIII: “dejar este mundo siendo más feliz”. Y no porque el papa bueno haya logrado cambiar el mundo y todo sea diferente desde que él estuvo aquí, pero sí, porque su paso por este mundo estuvo marcado por algo: Paz. Sí, en pleno auge de la guerra fría el hombre habló de paz y algunos, por lo menos los que interesaba, le creyeron, y se pasó de lo que era una crisis de misiles en Cuba, a un mundo en “paz”, aunque con tensa calma. Lo logró porque lo soñó, lo plasmó, lo intentó. Y ante un ejemplo como el que les acabo de contar entiendo que: No se puede cambiar el mundo, pero sí se puede, paso a paso, intentar comenzar a cambiarlo.
Por qué no somos capaces de hacerlo, aunque sea en pequeñas gotas como lo hizo el papa Juan XXIII, ¿acaso nos falta hacer más oración?, ¿será porque nosotros no somos el papa y entonces la gente no nos hace tanto caso?, ¿es porque Dios está muy ocupado o dormido y por eso este mundo va cada vez peor?
Creo que, el mal radica en algo que nos entra por los sentidos todos los días: el mayor enemigo del mundo actual es la televisión y las redes sociales, es impresionante la cantidad de sandeces que se pueden decir en tan pocos minutos y en tan pocas letras. La opinión pública se ha reducido a creer que, si lo dicen en la radio, la televisión, en una red social o me llega por whatsapp, es cierto. Incluidos los ambones de algunas iglesias, los cuales se han llenado de gente que miente y disfraza la verdad a su conveniencia. Los medios de comunicación, las redes sociales y aquellos a los que se les ha otorgado “ser guías”, han dejado de decir cosas profundas y se dedican a pensar que el público y los feligreses, en el caso de las iglesias, son cretinos. De esto puedo dar testimonio fehaciente, a mí alguna vez un jerarca me dijo: “No le enseñes esas cosas a la gente, no las entienden, los confundes”; y por ideas así, es que en un momento determinado llega cualquier individuo y dice: “todo lo dicho anteriormente es del diablo y si lo creen se van a condenar, junto con los que lo dijeron”. Si me preguntan, si desde este punto de vista: ¿sigo siendo un hombre de fe? Les digo que no, claro que no, porque eso no es fe, es fundamentalismo y totalitarismo. Decir: “Yo y sólo yo tengo la verdad” es la más absurda de las afirmaciones y es también la forma más clara de hacer ver que hace mucho se dejo de pensar. El ego se ha hecho tan enorme, que ahora solo se debe hacer y profesar lo que mi ego dice.
Estamos llamados a ponernos frente a una realidad que se está desmoronando y preguntarnos: ¿cómo puedo ser un hombre de fe? ¿Cómo seguir iluminando la realidad desde lo que soy?
Comencemos por sembrar consciencia. Hacerle ver a los demás que las revoluciones se acabaron. Hay que cambiar la forma en como nos hacen percibir la realidad (metanoie), hay que hacer una revisión mental de todo: la política, la religión, la economía, el amor patriótico, etc. Basta con ver este último punto para darnos cuenta de que, esas ideas de la patria es primero, dejaron de tener la profundidad que tenían antes. ¿Quién ahora en su sano juicio, está dispuesto a dar la vida por su patria en una guerra? Las guerras hoy son por poder económico, por petróleo y más adelante serán por agua, porque a algunos se les ocurrió la brillante idea de que, es mejor acaparar y después defender lo acaparado, que poner las cosas en común, tal cual fueron puestas para el hombre desde el principio de los tiempos.
Nosotros, los hombres de fe, estamos llamados a sembrar consciencia. Estamos llamados a sembrar semillas en medio de este mundo cada vez más caótico. Y ¿cómo hacerlo? Solo lo lograremos desde una fe verdaderamente profunda.
Hago aquí un pequeño paréntesis y me explico: El ser humano tiene intelecto y el intelecto nos lleva a dudar de todo, no es malo, pero no es la base de nuestra existencia, no debemos de creer que el intelecto lo es todo, como decía Descartes: “cogito ergo sunt”. No pensamos para existir, pensamos para hacer de nuestra existencia algo mejor para uno mismo y para los demás, jamás el intelecto debe ser utilizado para oprimir o soslayar. No debemos de olvidar que también somos corazón, también nuestras emociones nos afectan y si juntamos ambas cosas, un intelecto que nos haga perfectibles y un amor que nos haga caritativos, es decir, que nos haga descubrir la necesidad que el otro tiene de mí, entonces, sólo entonces podremos decir que somos hombres de fe, si no hacemos esto en conjunto, rezaremos mucho, participaremos en actos litúrgicos, civiles y religiosos; pero jamás podremos decir: he tenido una verdadera experiencia de fe, porque la fe va más allá del sentir bonito, comienza por los sentidos sí, pero acaba en la toma de consciencia intelectual de lo que el mundo necesita de mí, así de fácil, así de complejo.
En conclusión: Yo tengo fe en el ser humano, creo que cada ser humano es genial, cada uno sirve para algo, no para lo mismo, porque cada uno tiene un talento personal y único y esto mismo es lo que nos hace únicos en la eternidad y en el infinito, ahí no habrá nadie iguala ti, nunca. Eres único; pero el ser humano está llamado a descubrir su unicidad, no hacer todo lo que los demás hacen sino hacer algo que te haga único, porque todo mundo es un verdadero maestro en algo y si nos damos cuenta de esto, entonces comenzaremos a descubrir que de cada persona podemos aprender algo, entonces dejaremos de andar criticando accidentes en los otros y comenzaremos a ver lo que realmente son, seres únicos e irrepetibles, valiosos en sí, y no por lo que otros puedan decir que son o dejaron de ser, porque al final, aquello que nos hace únicos, es lo que prevalece eternamente, lo demás, se pierde en el paso del tiempo y el espacio.
Mientras no logremos verlo, seguiremos creyendo que los demás son Bichos Raros…
[1] “Ojo”, no he utilizado para los demás el término persona, sino gente. Porque la Persona, se centra en sí misma y se preocupa por edificarse cada día y con ello, construir una mejor realidad para los demás seres. A la gente por el contrario, le encanta el chisme y ver como los demás fracasan, las gentes se meten el pie entre ellas, y se alegran de las desgracia ajena, tranzan para avanzar y se consideran perfectos respecto a los demás, de modo que puede juzgar sin piedad y condenar todo aquello que vaya en contra de sus “ideales”. Por eso, en este mundo, gente hay mucha, personas… pocas.
Deja una respuesta